Se escabulló como pudo de entre toda esa gente y logró salir de la fiesta. El silencio de la calle le acarició el humor, suave, como la brisa que le envolvía. Se sintió mucho mejor, y comenzó a caminar lento, a paso por exhalación.
Mientras se perdía voluntariamente por cada rincón de esa urbanización con aires de laberinto, la sangre se le diluyó de las sienes y sus hombros dejaron de contraerse. En el próximo giro a la derecha, un banco oxidado, tan alto como su rodilla, le invitó amable a detener su paseo.
Contaba el tercer suspiro, con los ojos cerrados, cuando una voz a su lado le obligó a abrirlos:
- Menuda fiesta tienen montada en el número 27, ¿eh? Bueno, aunque a juzgar por tus horribles zapatos para ocasiones especiales tampoco debe de ser gran cosa, porque tienes toda la pinta de haber salido corriendo de ella –la voz era toda sonrisa.
- La fiesta está bien, pero necesitaba salir y tomar un poco el aire –replicó, mirando las puntas de sus zapatos marrones.
- Así que eres de esa clase de personas profundas pero solitarias que durante las reuniones concurridas prefiere permanecer expectante en una esquina, con su cubata intacto y ese aire de persona interesante y de mundo que no deja de preguntarse como ha ido a parar a ese lugar y con esa gente, ¿no? –la voz no parecía necesitar de aire.
- Me gustan las fiestas.
-Pues no dicen eso tus horribles zapatos, están limpios y no tienen cara de cansados. ¿Es que no bailas? Toma –le tendió un cigarro-. Las personas que se escapan de las fiestas siempre se sientan en un banco a fumar.
- No gracias, yo no fumo.
- Vaya, esos terribles zapatos tuyos me han engañado esta vez. Y eso es raro, porque soy realmente bueno leyendo zapatos, aunque sean tan feos como los que te has puesto -se llevó un cigarrillo a la boca.
- Bueno, no creo que estos zapatos sepan mucho sobre mí. No nos llevamos muy bien, solo los saco a pasear cuando tengo que hacer como que me gusta una fiesta. Y parece que eso les jode, porque me dejan los pies hechos polvo.
- Y además te quedan fatal –se encendió el cigarro con una cerilla-. Me llamo Ramón.
- Chest.
- Joder, ese nombre te pega casi tan poco como los zapatos esos que llevas –tosió al final de la frase, y, sin acordarse de respirar, arrojó el cigarrillo con desprecio a la carretera-. Yo es que en realidad no fumo, pero siempre llevo tabaco encima para poder ofrecerles un cigarro a los chicos que se escapan de las fiestas si me los encuentro sentados en un banco –volvió a tenderle otro cigarro.
- Está bien –se lo llevó a la boca y cogió una cerilla- pero yo a cambio solo puedo ofrecerte mis zapatos.
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No sabía yo que unos zapatos proporcionasen tanta información. Tendré que maquillarlos más a menudo, no sea que me descubran. Me ha gustado la historia.
ResponderEliminarSi salgo de una fiesta a fumar a un banco y me descalzo, ¿qué me diría?
ResponderEliminarVolveré para comprobar si Chest sigue con ellos puestos.
Un canto de ballena.