domingo, mayo 30

las personas que se escapan de las fiestas siempre se sientan en un banco a fumar

Se escabulló como pudo de entre toda esa gente y logró salir de la fiesta. El silencio de la calle le acarició el humor, suave, como la brisa que le envolvía. Se sintió mucho mejor, y comenzó a caminar lento, a paso por exhalación.
Mientras se perdía voluntariamente por cada rincón de esa urbanización con aires de laberinto, la sangre se le diluyó de las sienes y sus hombros dejaron de contraerse. En el próximo giro a la derecha, un banco oxidado, tan alto como su rodilla, le invitó amable a detener su paseo.
Contaba el tercer suspiro, con los ojos cerrados, cuando una voz a su lado le obligó a abrirlos:
- Menuda fiesta tienen montada en el número 27, ¿eh? Bueno, aunque a juzgar por tus horribles zapatos para ocasiones especiales tampoco debe de ser gran cosa, porque tienes toda la pinta de haber salido corriendo de ella –la voz era toda sonrisa.
- La fiesta está bien, pero necesitaba salir y tomar un poco el aire –replicó, mirando las puntas de sus zapatos marrones.
- Así que eres de esa clase de personas profundas pero solitarias que durante las reuniones concurridas prefiere permanecer expectante en una esquina, con su cubata intacto y ese aire de persona interesante y de mundo que no deja de preguntarse como ha ido a parar a ese lugar y con esa gente, ¿no? –la voz no parecía necesitar de aire.
- Me gustan las fiestas.
-Pues no dicen eso tus horribles zapatos, están limpios y no tienen cara de cansados. ¿Es que no bailas? Toma –le tendió un cigarro-. Las personas que se escapan de las fiestas siempre se sientan en un banco a fumar.
- No gracias, yo no fumo.
- Vaya, esos terribles zapatos tuyos me han engañado esta vez. Y eso es raro, porque soy realmente bueno leyendo zapatos, aunque sean tan feos como los que te has puesto -se llevó un cigarrillo a la boca.
- Bueno, no creo que estos zapatos sepan mucho sobre mí. No nos llevamos muy bien, solo los saco a pasear cuando tengo que hacer como que me gusta una fiesta. Y parece que eso les jode, porque me dejan los pies hechos polvo.
- Y además te quedan fatal –se encendió el cigarro con una cerilla-. Me llamo Ramón.
- Chest.
- Joder, ese nombre te pega casi tan poco como los zapatos esos que llevas –tosió al final de la frase, y, sin acordarse de respirar, arrojó el cigarrillo con desprecio a la carretera-. Yo es que en realidad no fumo, pero siempre llevo tabaco encima para poder ofrecerles un cigarro a los chicos que se escapan de las fiestas si me los encuentro sentados en un banco –volvió a tenderle otro cigarro.
- Está bien –se lo llevó a la boca y cogió una cerilla- pero yo a cambio solo puedo ofrecerte mis zapatos.

sábado, mayo 29

II

Eres magia.
Rojo y chispas. Conejos y chisteras. Una dama de corazones en el centro de un as de picas. Una paloma en un bolsillo y una rosa en una manga.
Eres fantasía, ilusión. Eres un niño embobado y un viejo impresionado. Regaliz y anís.
Eres secreto, misterio. Eres fórmula disfrazada de azar. Ciencia tras unos guantes blancos.
Tienes truco, enganchas. Despistas y aciertas. Ocultas e iluminas. Cuestionas. Sorprendes.
Aguardas tras cortinas de rojo terciopelo, y si miras detrás, ya no hay nada.
Trampa o cartón, nada por aquí y nada por allá. Estás en todas partes y en ninguna a la vez.
Lees la mente. Sientes. Controlas.
Sombras, lentejuelas y humo.
Eres magia: levitas.
Eres magia: atraviesas puertas
Y eres magia, pues si te acercas, todo desaparece…

I

Repiqueteo de cubos de hielo. Vaso vacío.
Un suave aroma a alcohol se desprende del cilindro de vidrio y se mezcla con el ambiente. Virutas de humo bailan al son del ritmo que marcan mis pensamientos.
Tu silueta, como una sombra, se recorta frente a la blanquecina luz que parece no venir de ninguna parte.
Blanco y negro.
Y el rojo de la llama de tu cigarro.
No sé cómo te llamas, no sé cuántos años tienes, ni siquiera puedo verte la cara. Sólo conozco de ti tu silueta, tu whisky doble, el humo de tu cigarro y la sonrisa que quiero imaginar en tus labios al cruce con mi mirada.
Me es más que suficiente.
Camarero, por favor, sírvame otra.